sábado, 13 de junio de 2009

¿Demasiado Optimista?

Mi primera impresión del sujeto tal vez no fue la más equivoca. Se peinaba el pelo levantando la punta de cada uno de estos hacia arriba y terminaban en un
fuerte color rubio amarillento, usaba pantalones apretados y solía hablar con modismos propios del estereotipo.
Felipe era así, como cualquier otro homosexual del caracol, como cualquiera, menos como yo. Yo me vestía de la manera más pulcra y común posible y ostentaba
una categoría más alta que aquella, la del homosexual que se oculta tras las tijeras.

Mi cabello negro, siempre estaba correctamente peinado y poco gente podría decir con sólo mirarme que yo le hacía a los chicos. Me agradaba la falsa idea, ya
que me permitia vivir una vida con la menor cantidad de sobre saltos posibles.
Además, me agradaba decir que mi habilidad como peluquero jamás fue cuestionada por nadie, ya que realizaba mi trabajo de manera ordenada y pulcra, no me
hubiese instalado en el caracol de no ser por que me quede sin dinero después de costear la escuela de Barberos, siempre ostente a mi propio local, en un
centro comercial o en una boutique, pero era lo que tenía y debía hacer lo posible por salir con la frente en alto de esto.

La primera vez que vi a Felipe fue cuando vino a pedirme prestado algodones, me miró de pies a cabeza y después de realizada la transacción me habló con una
vocecilla falsamente chillona al oido.

- Se lo puedes ocultar a alguien, pero no a mí. - Acto seguido se largo de la tienda dejandome atrás estupefecacto. ¿Cómo podría haberse roto mi muralla, tan
perfectamente edificada a base de mentiras.

Por suerte, ahí estaba mi unica amiga, la Rose, una cuarentona simpatica adicta al tabaco que solía ir a antros del barrio estación a pasar el rato conmigo,
la mujer no queria creer que envejecia y hacía la mayor cantidad de cosas de joven que podía. Por lo demás, ella era una de las pocas personas que conocía
mi secreto y con la que compartía el local.

- ¡Mira qué! Sí me han dicho que estos gays tienen un gay radar para detectar quienes también lo son. Aunque claro que con él se nota a la legua de distancia -
Su comentario no me divirtio, sólo acabo con asustarme más, tal vez de nada iba a servir mi muralla ahora tan débil como nunca lo fue. Debí haberlo adivinado,
un hombre hecho y derecho jamás es peluquero. Debí haberme dedicado a ser abogado como mis padres y no un maricón.

Aquella tarde, mientras cerrabamos Felipe volvió con la caja de algodones que le había prestado, no faltaba niuno. Pensé que tal vez se había tomado el tiempo
de volver a llenarla después de haberla ocupado, de todas maneras ni si quiera toco el tema.

- ¿Cómo te llamas corazón? - Me dijo mientras se sentaba en el asiento del cliente mientras cruzaba las piernas y sacaba un cigarrillo. Su frase me dejo sin
aliento, no por que me agradase, si no que aquella frase me recordaba el estereotipo que más odiaba y del que temía formar parte.

- Roberto - Le dije mientras le acercaba el cenicero de Rose que ya se había ido.

- Qué nombre más estirado corazón, ¿Pensabas engañar a alguien con tu tenidita de abogado? Una vez que entras acá seas lo que seas, lo eres. - Me lo dijo a secas,
mi pulso cardiaco empezó a aumentar con rápidez. No me podía imaginar como alguien podía ser tan descortés. Pero trate de mantener la calma y fingí no escuchar su
palabrerío.

- ¿Y usted cómo se llama?

- Felipe Cardenas - Arqueo las cejas como tratando de decirme algo que no pude comprender.

- Bien, Felipe, me temo que estamos cerrando el local. Así que si sólo venía por eso - Lo miré, me parecio extrañamente atractivo, de no ser por su
comportamiento incluzo me hubiese gustado. Pero las circunstancias eran diferentes.

- Por eso venía - Me contesto, tal vez por que nunca fui muy detallista no me sorprendió el leve rubor que se extendía por sus mejillas. Y siguió - Tenemos un
problema con las tuberías, me preguntaba si podría usar tu baño.

- Aquí está - Le contesté a secas mientras se lo indicaba.


Fue entonces cuando su mirada cambio, tiró de mi delantal con una fuerza que me tomó desprevenido y me metio dentro del cuarto de baño. Me sujeto la cara con
ambas manos y me beso los labios. Mi cuerpo no pudo soportar tanta tensión por lo que terminamos haciendo el amor en el cuarto del servicio.

Me sentí horrible, destruí aquella muralla que me había tomado tanto tiempo edificar. Entre la agitación de los cuerpos sudorosos alcanzé a preguntarle aquello
que tanto me atormetaba.

- ¿Cómo supiste que era Gay? - Su mirada muto en una extraña expresión burlesca.
- Me recordaste a mí cuando llegué aquí. - Y rio.

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